martes, 17 de junio de 2008

Amanece en el bush

El sol acaba de asomar por encima de una nube rasa en el horizonte y en un segundo todos los eucaliptos cambian el pijama verde oscuro por el salto de cama amarillo dorado. Cada minuto que pasa aumenta la variedad y cantidad de silbidos, graznidos y cantos de pájaros, algunos incluso estruendosos. Dos kukaburras se pelean en la copa de un árbol.
Me desperezo encima de la enorme roca redondeada, que me sirve de mirador sobre la extensa savana de eucaliptos. Estoy descalza y puedo sentir el frío del granito, aunque el sol ya empieza a calentar y la temperatura es perfecta. Inspiro profundamente y me lleno de aire balsámico, ¡si pudiera guardarlo en un bote para respirarlo cuando esté lejos de aquí…!
A lo lejos, allí abajo, se oye el rumor del riachuelo que salta de poza en poza entre los bolos graníticos que en esta parte asoman a la superficie arenosa del bush y forman un paisaje precioso e inesperado. Salvando las distancias, se podría decir que esto es la Ciudad Encantada de Mareeba.
El campamento está aún dormido, pero con la luz han desaparecido todos los wallabies que ayer por la noche pastaban ruidosamente alrededor de la camper.

Vuelvo sigilosamente, procurando no despertar a la “wallabie mayor”, Susana para los amigos, y empiezo a preparar el desayuno, pero el espacio es tan pequeño que no se puede ser muy silenciosa, así que enseguida oigo un gruñidito…¿dónde está mi desayuno?

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