sábado, 30 de agosto de 2008

La llegada.

Ya estamos en el caluroso Madrid. ¡Por fin! Ya teníamos ganas de llegar. Se siente una rara después de tanto tiempo, pero a la vez todo sigue como antes, nada ha cambiado. Era ayer cuando nos despedíamos con el cuentakilómetros a cero, las mochilas cargadas de expectativas, la libreta de viaje reluciente… y ya han pasado seis meses, cada día intenso y repleto de novedades, la memoria de la cámara dada de sí de tanto trajín y los cordones de las botas deshilachados.

Las vecinas nos saludan cariñosamente, “¿vaya viaje, eh?, parecía que nunca ibais a volver…”

Qué rica la tortilluqui de patata; y el chorizo de verdad y la merluza y el melón…mmm


¡Y qué placer volver a dormir en mi cama!


La noche es calurosa y en el duermevela de la madrugada escucho el rumor del mar… es un sonido irregular, caprichoso, pero no hay duda, son las olas que restallan amplias y poderosas sobre la playa de dunas blancas, al cabo de un rato cambia el sonido y el envite de cada ola arrastra sonoramente piedras de la playa de guijarros, debe de haber acantilados cerca. El mar invade la glorieta de Quevedo. Estoy deseando que se haga de día para bajar a darme un chapuzón, ponerme la máscara de snorkel y ver qué clase de peces nadan entre estos corales madrileños; a lo mejor Susana encuentra a su tortu…

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