domingo, 10 de agosto de 2008

Coral Bay – Ningaloo Reef

Estoy ya lista, sentada en la popa con las aletas rozando el agua y las gafas puestas. El barco avanza despacio y el mar tiene un intenso y hermoso color azul verdoso que invita a saltar. Nos han dicho que tenemos que deslizarnos suavemente en el agua y nadar rápida pero silenciosamente hacia la guía que ya se encuentra en el agua localizando el punto exacto con el puño en alto. ¡¡Ya!! Me deslizo rápidamente y nado como una loca a la cabeza del grupo sin perder de vista el brazo de la guía, mientras escudriño ansiosamente la profundidad; el mar a mi alrededor ya no parece invitador, sino un poco tenebroso y el profundo color azul ha dejado paso a un gris empañado: o está muy profundo o hay poca visibilidad… De pronto veo una sombra ahí delante, no sé calcular la distancia porque no sé qué tamaño tiene, a pesar del sobresalto nado más rápido hacia ella y empiezo a distinguir mejor la silueta romboidal que se aleja aleteando suavemente por el fondo. ¡Una manta! Con el impulso he ido a situarme justo encima de ella y ahora consigo ver perfectamente, a pocos metros por debajo de mis aletas, el rombo de piel negra de unos 3 metros, la cola larga y fina, las rémoras que no se le despegan… de pronto la manta gira hacia arriba y hacia atrás describiendo un círculo sobre sí misma y me ofrece la visión de su tripa negra moteada de blanco. Pienso que es una maniobra para asustar a los mirones, porque impresiona bastante verla girar y mientras la ves acercarse piensas que como se le ocurra venir a saludar a la superficie ahí no hay donde esconderse; luego nos explican que es así como se alimentan y que es normal que roten de ese modo. Ya con más calma tras la primera emoción disfrutamos de unos minutos viendo a la manta revolverse gozosamente sin tener en cuenta al grupo de boyas coloridas y chapoteantes que formamos en la superficie por encima de ella.

Al poco rato la manta se aleja con su aleteo tranquilo y contoneante, desdibujándose poco a poco en el gris del fondo. Levanto la cabeza para localizar el barco y veo un pequeño revuelo en la superficie: eso es que hay ago más por debajo… enjuago las gafas y enseguida veo otra manta, ésta de tripa blanca con motas negras y un poco más grande que la anterior, que se nos acerca mientras come con su rotación característica. Tenemos tiempo de observarla a placer porque pasa un rato largo debajo de nosotros. La boca es enorme, abiertas las dos protuberancias que tiene a los lados para ensanchar la cavidad: ¡parece que te puede tragar entera! Se le pueden ver perfectamente por dentro las aberturas geométricas por las que filtra el agua, las mismas que se le ven por fuera; como un costillar pero al revés, de huecos. Si previamente no me hubiesen asegurado que son inofensivas y que en realidad tienen una garganta igual que la nuestra no estaría ahí tan tranquila de “miranda”… Es una delicia mirarlas y es en ese momento cuando sabes que merece la pena cruzar el mundo con todas las fatigas para pasar unos segundos admirando en primera persona el baile de las mantas.


Balena y tartaruga

Esto es como en los chistes: dos ingleses, dos franceses, dos alemanas, dos australianos, dos españolas, y cuatro italianos (abusones).

El barquito avanza por dentro de la “laguna” interior que forma la barrera de coral. Allá lejos las olas rompen contra la parte exterior del arrecife, pero por estribor se distingue todavía la playa de dunas blanquísimas. Alguien grita “¡una ballena!” No puede ser, ¿aquí dentro? ¡Pero si aún no nos hemos repuesto de la emoción de ver las mantas! Efectivamente, una ballena jorobada nos ronda. Al parecer quiere enseñarle el barco a su bebé de pocas semanas y sin darnos tiempo a coger las cámaras pasan los dos por debajo del casco tan campantes. Otra se les une y saca la cabeza berrugosa del agua para observarnos bien. ¿Seremos de confianza? Parece que sí, porque se entretienen jugando relajadamente, el ballenato mostrándonos la tripa blanca mientras chapotea en la cabeza de la madre panza arriba, agitando las aletas como si fuese una foca juguetona.
Vemos varias ballenas más dentro de la laguna y una salta a lo lejos, detrás del arrecife.

Navegamos por aguas verdes y turquesa, tan transparentes que podemos ver los corales en el fondo. Al cabo de un rato algunos corales empiezan a tener forma de tortuga y, lo más curioso, a salir a la superficie a respirar… ¡guarda, una tartaruga! grita Fabio ¡nos rodean las tortugas verdes! Estamos en un santuario de tortugas, a mi me tienen que amarrar para que no salte a verlas de cerca… no, no es para tanto, pero casi. Por aquí y por allá salen patosamente a la superficie, hay tantas que me da miedo que el barco vaya a chocar con alguna…


Tiburones en el arrecife

Ante la pregunta todos levantamos entusiasmados el brazo y procedemos a calzarnos ansiosamente las aletas. Pero la pregunta no es ¿quién quiere venir a merendar? No. La pregunta es ¿Quién quiere venir conmigo a buscar tiburones? Supongo que estas cosas fuera del contexto hacen dudar de que uno esté en su sano juicio, pero en ese momento ir a buscar tiburones (nadando) al otro lado del arrecife sonaba como un plan decididamente atractivo.

Nos lanzamos al agua con decisión y nadamos trabajosamente contracorriente a través de la estrecha abertura en el arrecife para salir a mar abierto. Yo iba siguiendo el aleteo de Susana y no escuché la musiquita de Spielberg en Tiburón (chan chan chan chan chan chan…) porque estaba demasiado ocupada tratando de ver por qué Susana me hacía señas y me agarraba frenéticamente del brazo: dos tiburones nadaban tan campantes a unos 3 ó 4 metros por debajo de nosotras. Eran tiburones de arrecife de punta negra, sorry, pero son inofensivos. Tanto misterio pá ná. Jajajajjaj. Cuando nos cansamos de mirarlos volvimos a través de la hendidura del coral y tras mirar un ratito al resto de la preciosa fauna local, subimos al barco para comentar la jugada emocionadas.

Ya de regreso enfilamos la proa a tierra y como despedida unos delfines hacen acrobacias y nos acompañan nadando como torpedos al lado del casco.

Un magnífico día en el mar. Posiblemente la mejor y más completa excursión que hemos tenido en todo el viaje.
NOTA: las imágenes de la manta y del tiburón no son nuestras, pero son las más parecidas que hemos encontrado a lo que realmente vimos.

1 comentario:

Cosme Morillo dijo...

Qué precioso lo de Monkey Mia y el arrecife de coral. Sí que vale la pena cruzar medio mundo para ver esas maravillas.¡Y la cantidad de maravillas que habeis visto estos meses! Que lo sigais disfrutando hasta el último día.