viernes, 11 de julio de 2008

El outback

¿Quién nos iba a decir que veníamos al desierto a conocer el primer mercado de valores de Australia? Pues sí, la bolsa apareció en esta parte del mundo a mediados del siglo XIX en la “ciudad” de Charters Towers. Aquí se desató una repentina fiebre del oro que atrajo buscavidas de todo el mundo y levantó inmensas fortunas en pocos años.
Nadie diría que este anodino y apacible “conjunto de casas” fue en su día una de las más prósperas ciudades de Australia y foco de inmigración internacional, si no fuese porque los entusiastas y eficaces jubilados voluntarios del centro de información turística mantienen vivos los fantasmas bajo la humilde y ya descolorida arcada comercial del Stock Exchange.


Celia debió de quedarse muy pensativa sobre los buenos viejos tiempos de la fiebre del oro mientras conducía la camper hacia el sur y Lile, que iba de copiloto, seguramente pensaba en una cálida playa de aguas azules (y sin cocodrilos, of course), porque los árboles empezaron a escasear y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos camino de la remota ruta de los dinosaurios, al oeste, adentrándonos en el outback… Ya me parecía a mí que el sol no podía ponerse por el sur por más que este país sea un tanto rarito…
De perdidas al río (o más bien al desierto), así que decidimos relajarnos y disfrutar del “pequeño rodeo”. Al caer el sol nos apartamos del camino espantando algunos canguros y avutardas y acampamos.


No podía haber primera noche en el outback sin la correspondiente fogata, así que mientras Lile y Susana preparaban un buen agujero en la tierra, lejos de la maleza, Celia y yo recogíamos leña por los alrededores. Afortunadamente estábamos bien provistas de tintorro, mazorcas y carne para asar. ¿¿Qué más se puede pedir bajo la noche estrellada??

La carretera entre Hughendon y Winton fue un delicioso descubrimiento. Aprendimos y pusimos en práctica el saludo del outback (consistente en levantar indolentemente el dedo índice de la mano derecha sin soltar el volante mientras te cruzas con otro vehículo), aunque para Secades esto era demasiado poco entusiasta, así que inventó la variación del brazo en alto tipo “Heil, Hitler” con lo que dejaba bastante desconcertados a los escasos conductores en sentido contrario.

Se nos hizo un poco largo este trecho, aparte de porque es largo y el firme está en pésimas condiciones, porque cada dos por tres descubríamos una bandada de avutardas gigantes, o una pareja de emus, o un jabalí, o una familia de canguros al lado de la carretera, con la consiguiente parada y persecución a pie por los matorrales de pinchos cámara en ristre.

Llegamos a Winton con la ilusión de ver “algo real” sobre los dinosaurios, porque la maqueta de cartón piedra y la foto colgada en el centro de visitantes de Hughendon el día anterior no nos habían parecido muy excitantes. Triste peregrinar el nuestro, porque resultó que lo único que hay real son unas huellas fosilizadas a más de 100 km. al sur del pueblo por una pista en mal estado. La chica de la oficina de turismo me miró compasivamente cuando le señalé nuestro poco discreto vehículo a través de la ventana: “No way, it is too big; you need a 4WD.” Bah, este pueblo es una bobada. Pues vaya mierda de huellas, las de Enciso en La Rioja son mil veces mejores, y encima también hay huevos fosilizados. ¡Hala!. Para consolarnos entramos en un pub a tomar unas sidras, no sin cierto titubeo a causa de la fijeza de las miradas de los locales acodados en la barra. Pero al cantinero no pareció impresionarle demasiado que desfiláramos cinco sílfides, una detrás de otra, y nos encaramásemos a sendos taburetes botellín en mano. ¿Sois españolas verdad? Nos miramos alucinadas. ¿Y éste cómo lo sabe? ¿Caen muchos españoles por aquí? Pues no, la verdad, creo que no recuerdo ninguno en mucho tiempo, pero es que a mi me gusta mucho España, en mi próximo viaje tengo que recorrer la costa norte, porque por el sur hace mucho calor y de eso ya tenemos bastante por aquí.

Y digo yo que este señor debía de tener un altísimo sentido del deber para con sus clientes, porque si no no me explico cómo ha podido soportar la idea de volver a este pueblo y ponerse otra vez detrás de la barra de este pub a ver día tras día a sus paisanos después de haber estado de vacaciones comiendo paella en una playa de España. Y tan contento.

Pero Winton es famoso por algo más y es que aquí compuso Banjo Patterson la famosa marcha del Waltzing Matilda, himno oficioso de los australianos y se tocó por primera vez en un hotel de este pueblo. Es de creer que Banjo había pasado un bueeen rato acodado en la barra del pub de nuestro amigo antes de componer la cancioncilla, porque por más vueltas que se le den a la letra no hay quién la entienda…
Outback Queensland

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