martes, 22 de julio de 2008

¡¡Adiós costa este!!

Estamos en el aeropuerto de Brisbane esperando la salida de nuestro avión a Perth. Con la lengua fuera nos arrastramos a un sofá de la cafetería, molidas de hacer, deshacer y acarrear tanto equipaje entre ayer y hoy. Y es que despedirse de nuestra casita rodante, que nos acompaña día y noche, fiel, a todas partes, siempre es duro.

Esta última semana hemos recorrido los alrededores de Brisbane, esta sorprendente y variada esquina sureste de Queensland. Empezamos por las Glass House Mountains (el que quiera saber el origen del nombre que se lo pregunte al Capi Cook, como siempre) unos picachos de roca volcánica que, hoy tapizados de bosque de eucaliptos, se destacan cerca de la costa. Escalamos las carreteritas ondulantes y sombrías deteniéndonos cuando se abría el paisaje, para asombrarnos de las increíbles vistas en 360º hacia el infinito. Incluso se veía Moreton Island a lo lejos. Algunos de esos pueblos que parecían sacados de la Inglaterra profunda, lo cual no deja de sorprender si estás recorriendo un bosque que podría situarse perfectamente en algún rincón de Africa. Contrastes sorprendentes.

Noosa Heads, en la desembocadura arenosa y ondulante del río Noosa, con sus Everglades plagados de pájaros, sus casas de lujo mirando al mar y rodeada de un parque nacional de vegetación tupida y húmeda, supuso un cambio de aires respecto a la sierra. Miles de jubilados ricos han elegido este rincón de la costa para pasear a sus perros y tratar de mantenerse en forma hasta el fin de sus días, de modo que mientras recorríamos algunos de los senderos del parque la media de edad de la gente con la que nos cruzábamos no bajaba de los 60, todos ellos a mucha más velocidad que nosotras, corriendo, andando o incluso acarreando aparatosas tablas de surf con los pies descalzos y con unos cuerpos serranos que ya los quisiéramos nosotras…

Tras unas compritas en las apetecibles tiendas de Noosa agarramos campervan y edredón, autopista hacia el sur, pasamos por el imponente puente sobre el río Brisbane y cambiamos en un par de horas la tranquila y elegante costa del sol (Sunshine coast) por la concurrida y hortera costa dorada (Gold coast).

Sin atrevernos a asomar la nariz a las playas de la Gold coast preferimos adentrarnos en las montañas que hay a pocos kilómetros hacia el interior, una serie de parques nacionales que protegen milenarios bosques en los restos de lo que hace varios millones de años fuera un enorme volcán. En Springbrook y Lamington N.P., a casi 1.000 metros s.n.m., tuvimos que echar mano de nuestro escaso arsenal contra el frío, pero las increíbles vistas sobre nueva Gales del Sur y sobre la Gold Coast desde los miradores colgados en la montaña compensaron el tembleque. Al fondo, detrás del maravilloso valle cuajado de vegetación selvática, los rascacielos de Surfers Paradise (el Benidorm antipodeño) destacan enhiestos al borde del mar cual horrendos Transformers, a punto de iniciar la destrucción del mundo.
Estos bosques oscuros, colgados en laderas imposibles, retazos de selva fría y húmeda, con musgos y líquenes, enredaderas y lianas, destacan en la planicie seca de eucaliptos, matorral bajo y canguros que los rodea en muchos kilómetros y es que son reminiscencias de la Gondwana, de cuando lo que ahora es Australia estaba junto a otros pedazos de tierra y compartía clima con la actual Antártida.

Por la carretera nos sorprendió un estruendoso piar y un fuerte olor, así que paramos a investigar el origen… nos quedamos heladas al comprobar que estábamos en medio de una colonia de murciélagos rojos gigantes, ahí mismo, en los árboles a ambos lados de la carretera. Había cientos de ellos colgados de las pobres ramas, peladas por el ajetreo de la jauría. Y es que no paran quietos, gritando, peleándose entre ellos y cambiándose de rama cada dos por tres con esas uñitas grimosas que tienen al final de las alas…

Esa noche acampamos al borde de un lago y mientras contemplábamos, haciendo tiempo antes de cenar, cómo el color del agua pasaba de gris a negro, unas sombras zumbantes empezaron a sobrevolarnos con dirección al agua. Ja! Nuestros amigos los murciélagos gigantes…al principio de uno en uno, luego en grupitos y a los pocos minutos un flujo incesante, imposible contarlos. Cientos, miles de ellos pasaron a pocos metros de nuestra cabeza, quién sabe a casa de quién iban a cenar…Con una envergadura de unos 80 cm. y una curiosa querencia por columpiarse en las ramas de los árboles cercanos, consiguieron que Susana batiera su propia marca de 100 metros lisos y se metiera de cabeza en la furgo para no salir en el resto de la noche.

Buscando de nuevo el calorcillo y el sabor del outback nos llegamos a Warwick, al otro lado de la cordillera divisoria, ciudad del rodeo por excelencia. ¡Qué lástima que no hay rodeos hasta octubre! Pero si ya teníamos hasta los sombreros comprados! Así que pasamos nuestro último día en el este despidiéndonos de los canguros grises y los loros de colores en otro parque nacional de la zona.
Glass House M y Springbrook NP


Adios costa este

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